Que vivimos en la sociedad de los dos mil medios de comunicación (dos mil medios hacen mil) y que al mismo tiempo, tanta gente cada vez se encuentre más sola e incomunicada en islas metálicas llenas de cables, pantallas de plasma llenas de plastas y mil pequeños aparatos más es algo que nadie discute. Somos así de ilusos pensando que teniendo mil millones de contactos en la agenda o en la lista de destinatarios del correo estamos acompañados en la vida. Ésto, que parece el inicio de un manifiesto sobre la soledad de la sociedad del siglo
XXI, no es nada grave comparado con lo que muchos de estos pequeños
aparatitos que nos mantienen conectados a una realidad
cuasi virtual pueden llegar a hacer por su cuenta.
Históricamente, siempre ha habido un pequeño recelo hacia las máquinas que nos acompañan y hacen nuestra vida más fácil. Este recelo se ha centrado en la remota posibilidad de que estos pequeños trastos tomaran decisiones arbitrarias por su cuenta dejando al ser humano al margen. Lo que parece material para novela de
Philip K.
Dick o película de
Spielberg y/o
George Lucas va tomando cuerpo (sin alma, si existe eso llamado alma) en nuestra vida cotidiana, muchas veces sin darnos cuenta...
El otro día recibí un mensaje de una antigua amiga que decía: "NADA QUE MOSTRAR". Intenté ubicar primero a la persona, después intenté entender qué querría decir con esa misteriosa frase. Le llamé, para intentar descubrir si estaba pasando una mala etapa, si estaba intentando cerrar algún capítulo de nuestro pasado que yo no recordaba o si estaba en paz consigo misma y quería transmitir que no guardaba nada oscuro en su interior. Comunicaba. Volví a llamar un tiempo más tarde y su teléfono estaba desconectado. Busqué en google
"nada que mostrar" y ninguna respuesta daba ninguna pista evidente. Ya no quedaban muchas vías para intentar
encontrar respuestas.
Días después, tras mil y una hipótesis al respecto dejé de intentar entender el porqué de su mensaje. Le empecé a escribir otro mensaje aún más
encriptado, me dije: ahora se va a enterar. Por un error en el teclado del móvil (por su tamaño de las teclas para manitas de niño) le dí sin querer al
botoncito de enviar. ¡Qué error más tonto! La persona que me había enviado un mensaje críptico iba a recibir un mensaje en blanco que perpetuaría esta situación ridícula. Al instante, recibí su llamada:
-¿Sí?, contesté mostrando sorpresa.
- ¿Por qué me envías un mensaje que dice "nada que mostrar"... ¿Estás bien?